La Liturgia de los Catecúmenos es la segunda parte de la Divina Liturgia, llamada así porque es la parte pública de la Liturgia, en la que tanto los catecúmenos como los fieles bautizados y los excluidos, por pecados graves, de recibir la Santa Comunión podían asistir.
También llegó a llamarse la Liturgia de la Palabra, por las enseñanzas de la Palabra de Dios en este tramo, especialmente la lectura de los libros de los apóstoles y del Evangelio.
Nota: si hay diácono, él lee las súplicas y muchas otras invocaciones. Pero debido a que en la mayoría de nuestras iglesias en España, no hay diácono presente, aquí se menciona sólo al sacerdote que dice todo.
Comienzo de la Santa Liturgia:
La Liturgia empieza con una doxología = alabanza a Dios = glorificación.
Tomando el evangeliario con las dos manos y trazando el signo de la cruz sobre el altar, el sacerdote dice:
“Bendito es el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.”
El coro contesta:
“Amén”.
La glorificación ocupa el primer lugar en nuestro encuentro con Dios. Expresa nuestro reconocimiento de su poder, grandeza y amor hacia nosotros… y como consecuencia: nuestro agradecimiento.
Se menciona el “Reino”, porque aquí se nos abre el reino celestial, estando en comunión ahora toda la iglesia: seres celestiales, vivos y difuntos.
No se menciona “bendito sea Dios”, o sea, en su Unidad, sino que se invoca al “Padre, Hijo y Espíritu Santo” …. Dios en su TRINIDAD, acentuando cada persona de la Trinidad: Dios Padre, que bendice y concede; Dios Hijo, que se encarna y muere por nosotros, cuyo misterio se celebra en esta Liturgia y Dios Espíritu Santo, que consagra el pan y vino en el santísimo Cuerpo y Sangre del Señor y derrama los dones, para poder ejecutar la palabra de Dios.
Las letanías = súplicas = ectenias:
El sacerdote:
“En paz roguemos al Señor”.
El coro:
“Señor ten piedad”.
¿Por qué nos dirigimos inmediatamente después de la doxología a las súplicas, sin haber hecho antes la confesión ni dado gracia a Dios?
¿Por qué empezamos pidiendo la paz?
Porque cuando dice la iglesia “en paz”, ya ha incluido estas dos cosas.
El que está descontento de la vida no agradece a Dios ni lo confiesa.
Sin la paz, no estamos preparados para participar dignamente en la Liturgia, la paz con nosotros mismo la tenemos cuando nuestro corazón no nos acusa.
Estar en paz, es estar con una conciencia pura después de haber hecho la confesión y de estar agradecido a Dios. Sólo así tenemos la paz necesaria y nos atrevemos a “pedir”.
El sacerdote no dice: “ruego”, sino que “roguemos” al Señor. Es verdad que el sacerdote es nuestro representante e intermediario ante Dios, pero aquí nos invita a suplicar con él, siguiendo las palabras del apóstol Santiago: “….orad los unos por los otros…”
Después de cada súplica se repite: “Señor ten piedad”, una súplica que espera más misericordia que la estricta justicia. Esta repetición hace la oración más poderosa y eficaz, según las palabras del apóstol Santiago: “… mucho puede la oración insistente del justo”.
Al final de las letanías el sacerdote invoca:
“Conmemorando a nuestra santísima, purísima, bendita y gloriosa Soberana, la Madre de Dios y siempre Virgen María y a todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos y mutuamente los unos a los otros y toda nuestra vida a Cristo Dios”.
La invitación: “encomendémonos nosotros mismos… a Cristo Dios”, significa renunciar a nuestros intereses y confiar en el cuidado de Dios; un acto de absoluta confianza en Él.
Y para que esta confianza sea aceptada por Dios, acudimos a las intercesiones de nuestra “Madre de Dios y siempre Virgen María y a todos los Santos”.
Pensando en el prójimo, pedimos no sólo nuestro bien, sino que también el de los demás: “…mutuamente los unos a los otros…”.
La Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo
Publicación de la Hermandad Ortodoxa “San Sergio” Buenos Aires 1998.
El sacerdote toma el Santo Evangelio y manteniéndolo verticalmente, bendice con Él en forma de cruz el Antimins, rezando:
Sacerdote:
Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
S: En paz, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por la paz del mundo entero, la estabilidad de las santas Iglesias de Dios y la unión de todos, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por esta santa casa, por aquellos que entran con fe, reverencia y temor de Dios, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por nuestro metropolita (arzobispo o obispo) N………, por el honorable presbiterado y el diaconado en Cristo, por todo el clero y todo el pueblo, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por nuestro país, por nuestros governantes, y por todos en poder y autoridad, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por esta ciudad (pueblo, monasterio), por cada ciudad y pueblo, y por aquellos que viven en la fe, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por la bonanza de los aires, la abundancia de frutos de la tierra y tiempos de paz, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Por aquellos que están en el mar y en los aires, los viajeros, los enfermos, los afligidos y los cautivos; y por su salvación, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Para que seamos librados de toda aflicción, ira, peligro y necesidad, roguemos al Señor.
C: Señor, ten piedad.
S: Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, oh Dios, por Tu gracia.
C: Señor, ten piedad.
S: Conmemorando a nuestra santísima, purísima, bendita y gloriosa Soberana, la Madre de Dios y siempre Virgen María y a todos los Santos, encomendemos nosotros mismos, los unos a los otros y toda nuestra vida a Cristo Dios.
C: A Ti, Señor.
Sacerdote en voz baja…. la Oración de la Primera Antífona:
Oh, Señor, Dios nuestro, cuyo poder es incomparable y la gloria incomprensible, cuya misericordia es inconmensurable, e inefable es su amor al hombre, Tú mismo, ¡oh, Soberano! por tu ternura, inclina tu mirada sobre nosotros y sobre esta santa casa y concédenos a nosotros y a todos aquellos que rezan con nosotros, tus abundantes beneficios y tu generosidad.
Sacerdote en voz alta:
Porque a Ti es debida toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
C: Amén.
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NOTA: ESTE ES EL TEXTO DEL INICIO, CONTINUARÁ EN EL PRÓXIMO ESCRITO.
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Parte 3:
Parte 4: