La Iglesia Ortodoxa tuvo en el período del Imperio bizantino dos grandes enfrentamientos con la jerarquía imperial, relacionadas con la veneración del icono.
La primera Iconoclasia, empezó cuando el emperador León III, publicó en el año 730 un edicto prohibiendo la veneración de las imágenes sagradas, excepto el signo de la cruz. Miles de imágenes e iconos, fueron destruidos en todo el imperio en un acto de vandalismo.
Su hijo y sucesor Constantino V, no sólo continuó la Iconoclasia, sino que prohibió el culto iconográfico y condenó a sus principales defensores.
Los partidarios de la veneración de iconos, clero como fieles fueron perseguidos, encarcelados, torturados, ejecutados y exiliados.
Germano I, el entonces Patriarca de Constantinopla, rechazó enérgicamente el edicto imperial.
Entre los muchos defensores que sufrieron y dieron su vida por defender el culto iconográfico se destaca a San Juan Damasceno, cuyos fuertes argumentos fueron tomados de la tradición patrística como:
«Pues si el Hijo de Dios, tomando la condición de siervo, se revistió de la figura humana y, hecho semejante a los hombres apareció en su porte como hombre, ¿por qué no vamos a poder representar su imagen?»
La segunda fase de la iconoclasia, duró hasta final del reino del emperador Teófilo en el año 842. Tras la muerte del emperador, su joven hijo Miguel III, con su madre la regente emperatriz bizantina Teodora impusieron el final de la herejía iconoclasta y la restauración de los iconos. La multitud de defensores de iconos fueron liberados de las cárceles y regresados desde su destierro a sus diócesis; entre ellos Metodio, el futuro Patriarca de Constantinopla.
Los iconos no sólo son parte integral de la fe y devoción para la Iglesia Ortodoxa, sino que tienen un carácter sacramental.
Aquí están involucrados temas importantes, como el carácter de la naturaleza humana de Cristo. La Encarnación y Humanización de nuestro Señor se afirma en sus iconos.
Importante es mencionar que la iglesia hace una gran distinción doctrinal entre la veneración a los iconos y la adoración, que se debe únicamente a Dios.
Los iconos de los santos dan testimonio de que el hombre, "creado a imagen y semejanza de Dios" (Génesis 1:26), se vuelve santo y divino mediante la purificación de sí mismo como imagen viva de Dios.
Esto debería ser la meta de todo cristiano.
Como dice San Gregorio de Palamás, (a quien conmemoraremos el domingo próximo):
“después de la caída, hemos rechazado la semejanza, pero no hemos perdido el ser a imagen. Esforcémonos a ser semejantes a Dios. Amemos la humanidad”.