La vida de los Santos: San Narciso, Obispo de Jerusalén
Conmemorado el 7 de Agosto (20 de Agosto)
San Narciso fue el trigésimo (o trigésimo primero) Obispo de Jerusalén después de San Santiago el Hermano del Señor. Fue un hombre templado, filantrópico, instruido e inflexible en el cumplimiento de sus deberes, sin dejarse detener por sus enemigos. El historiador de la Iglesia Eusebio describe dos acontecimientos milagrosos (Historia de la Iglesia, Libro 6, 9.8).
En la noche de Pascua, las lámparas de la iglesia se quedaron sin aceite, y toda la congregación se angustió por ello. San Narciso dijo a los diáconos que le llevaran agua. Después de orar sobre el agua, el Obispo les ordenó que la vertieran en las lámparas y confiaran en el Señor. Ellos le obedecieron sin dudar, y descubrieron que el agua se había convertido en aceite. Muchos de los presentes conservaron parte de ese aceite en memoria de este milagro.
Aunque la mayoría de su rebaño amaba a su Arzobispo, la energía y la conciencia del Santo en su labor episcopal molestaban a algunos que no eran tan atentos en el cumplimiento de sus propios deberes. Sabiendo que eran culpables de muchos pecados, temían que estos pudieran descubrirse y que fueran castigados. Para evitarlo, levantaron varias acusaciones contra el Hierarca. Para convencer a la gente de que decían la verdad, juraron solemnes votos. El primero dijo: “Si esto no es cierto, que muera quemado.” Otro dijo: “Que mi cuerpo sea consumido por la lepra.” Y un tercero: “Que pierda la vista.”
Ninguno de los fieles creyó esas calumnias maliciosas, pues conocían el carácter y la integridad del Santo. Sin embargo, el inocente, muy afligido por tales despreciables acusaciones, se retiró a un desierto lejano, permaneciendo allí varios años. No pasó mucho tiempo antes de que el Señor justificara a su fiel siervo y castigara a los falsos testigos como merecían. La casa del primero de los perjuros se incendió durante la noche a causa de una chispa que cayó en el techo. Ese hombre y su familia fueron reducidos a cenizas. El segundo fue herido por la misma enfermedad que había invocado, de modo que toda su carne, de pies a cabeza, quedó devastada. Al ver lo que había sucedido a los otros, y comprendiendo que no podría escapar al juicio de Dios, el tercer mentiroso confesó públicamente su participación en la intriga. Se agotó en lamentos y un torrente de lágrimas, tanto que perdió la vista en ambos ojos. Ese fue el precio que estos hombres malvados pagaron por sus mentiras.
Para que la Iglesia de Jerusalén no permaneciera sin Arzobispo, los obispos vecinos de la provincia nombraron a Pío, y luego a Germanión, quien falleció tras un corto tiempo y fue sucedido por Gordio. Mientras este último ocupaba la Sede, San Narciso reapareció como si hubiese vuelto de entre los muertos. Todos los fieles se alegraron de su regreso, y después de que fue vindicado, le suplicaron que reasumiera su cargo. Él aceptó, pero más tarde, debido a su avanzada edad, nombró a San Alejandro como su vicario. Así, San Narciso ocupó el trono dos veces, sirviendo como Obispo de Jerusalén por un total de 26 años. Falleció en paz a la edad de 116 años.
Este San Narciso no debe confundirse con San Narciso de los 70, Obispo de Atenas.
Troparion (Tono 4)
La verdad de las cosas te reveló a tu rebaño como regla de fe, un modelo de mansedumbre y un maestro de templanza.
Por lo tanto, mediante la humildad alcanzaste las alturas, y mediante la pobreza, las riquezas.
Oh Jerarca Narciso, nuestro Padre, ruega a Cristo Dios que salve nuestras almas.
Kontakion (Tono 2: “Buscaste las alturas...”)
Oh Jerarca Narciso, trueno divino, trompeta espiritual, plantador de la fe y podador de herejías, gran favorecido de la Trinidad, de pie ante Dios con los Ángeles, ora sin cesar por todos nosotros.