La vida de los Santos: San Macario el Romano de Mesopotamia
Conmemorado el 23 de octubre (5 de noviembre)
Tres santos varones que vivían en ascesis en el monasterio de San Asclepio, en Mesopotamia, decidieron recorrer el mundo en busca de una señal de Dios para su salvación. Al acercarse a una cueva, en lo profundo del desierto, percibieron de repente un aroma maravilloso y vieron a un anciano que se les acercaba, cubierto únicamente por su cabellera y una barba que le caía hasta las rodillas. Se postró en tierra y permaneció así un rato, hasta asegurarse de que aquellos tres forasteros no eran demonios. Luego los condujo a su cueva, donde vivía junto a dos leones. Ellos le pidieron que les contara su historia, y él accedió.
Su nombre era Macario, hijo de un rico senador romano. Cuando alcanzó la edad de casarse, sus padres lo comprometieron contra su voluntad. La noche de su boda, en el mismo momento de entrar en la cámara nupcial, huyó a casa de una piadosa viuda, donde permaneció oculto siete días, llorando y suplicando la ayuda de Dios. Al salir de allí, un anciano de semblante bondadoso y noble se le acercó y le dijo que lo siguiera. Macario lo siguió durante tres años, hasta que, al llegar cerca de una cueva, el anciano desapareció. Poco después se le apareció en sueños y le reveló que era el Arcángel Rafael, el mismo que había sido guía de Tobías en sus viajes. Antes de partir, el Arcángel lo encomendó a la protección de Dios y de dos cachorros de león que acababan de perder a su madre.
Algún tiempo después, Macario vio ante sí a una doncella de gran hermosura, que le dijo haber huido también de un matrimonio en Roma. Macario, falto de discernimiento, cayó en la trampa del enemigo y le permitió pasar la noche en su cueva. Durante esa noche fue atacado por primera vez en su vida por las llamas del deseo carnal. La supuesta doncella desapareció de pronto, mientras el demonio se regocijaba de haber logrado introducir el pensamiento del pecado en la mente del asceta. Entonces Macario comprendió la gravedad de su caída ante los ojos de Dios. Llorando amargamente, resolvió abandonar la cueva y buscar otro lugar donde hacer penitencia. Pero en el camino se le apareció nuevamente el Arcángel Rafael, instándolo a regresar, pues era en esa misma cueva donde Dios escucharía sus oraciones. Así volvió, y durante muchos años mortificó su carne con ayunos, vigilias y total renuncia, hasta recuperar un corazón de pureza inmaculada en el cual pudiera contemplar la imagen de Dios.
Cuando terminó de edificar a los tres hermanos con el relato de sus luchas, Macario los despidió en paz y se durmió en el Señor, desconocido por todos, en presencia únicamente de los ángeles y los santos.
Troparion (Tono 8)
Con un torrente de lágrimas hiciste fértil el desierto, y tu anhelo de Dios produjo abundantes frutos.
Con el resplandor de tus milagros iluminaste todo el universo.
¡Oh, nuestro santo padre Macario, ruega a Cristo nuestro Dios que salve nuestras almas!


