La vida de los Santos: San Juan Damasceno
Conmemorado el 4 de diciembre (17 de diciembre)
El Monje Juan Damasceno nació hacia el año 680 en la capital de Siria, Damasco, dentro de una familia cristiana ilustre y temerosa de Dios. Su padre, Sergio Mansur, desempeñaba el cargo de tesorero en la corte del califa. Juan tenía además un hermano adoptivo, el joven huérfano Cosme, a quien Sergio acogió en su casa y educó como a un hijo propio. Preocupado por la formación integral de ambos niños, Sergio rescató del mercado de esclavos de Damasco a un monje sabio y profundamente instruido, Cosme de Calabria, y le confió su educación. Bajo su dirección, los muchachos mostraron talentos excepcionales y dominaron con facilidad tanto las ciencias seculares como las espirituales.
Tras la muerte de su padre, Juan heredó responsabilidades en la administración del califato y ocupó cargos ministeriales, llegando a ser gobernador de la ciudad. En aquellos tiempos, en el Imperio Bizantino había surgido y se difundía con rapidez la herejía de la iconoclasia, promovida por el emperador León III el Isáurico (717–741), que perseguía la veneración de los santos iconos. Ardiente en celo por la fe ortodoxa, Juan se levantó en su defensa y escribió tres tratados titulados Contra los que calumnian los santos iconos, obras llenas de sabiduría y de inspiración divina.
Estos escritos provocaron la ira del emperador. Al no poder encarcelar ni ejecutar a Juan por no ser súbdito bizantino, León recurrió a la calumnia: mandó redactar una carta falsa, atribuida a Juan, en la que supuestamente ofrecía ayuda para la conquista de Damasco. Esta carta fue enviada al califa, quien, creyendo la acusación, ordenó que Juan fuese destituido de su cargo, que se le cortase la mano derecha y que fuese conducido encadenado por la ciudad. Aquella misma noche, la mano amputada fue devuelta al santo.
Juan se postró entonces en oración ante un icono de la Santísima Madre de Dios, suplicando con lágrimas su intercesión. Cayó dormido y tuvo una visión en la que la Madre de Dios le anunció que había sido sanado y le mandó trabajar sin descanso con la mano que le había sido devuelta. Al despertar, vio que su mano estaba completamente restablecida. En acción de gracias, mandó colocar una mano de plata ante el icono como testimonio del milagro.
Al conocer este prodigio, que manifestaba la inocencia de Juan, el califa le pidió perdón y quiso restituirlo en su cargo, pero el santo rechazó los honores del mundo. Distribuyó sus bienes entre los pobres y, junto con su hermano Cosme, partió hacia Jerusalén. Allí ingresó como simple novicio en la Laura del Monje Sabas el Santificado. Un anciano monje, experto en la vida espiritual, aceptó ser su guía, decidido a formar en él la obediencia y la humildad. Para ello le prohibió escribir, temiendo que su talento se convirtiera en ocasión de soberbia.
Para probar su obediencia, lo envió a Damasco a vender cestas del monasterio a un precio desproporcionadamente alto. Así, el antiguo gobernador de la ciudad recorría el mercado bajo el sol abrasador, vestido con pobres hábitos. Fue reconocido por un antiguo servidor de su casa, quien compró todas las cestas al precio fijado. En otra ocasión, movido por compasión, Juan escribió unos himnos fúnebres para consolar a un monje afligido, desobedeciendo la orden de su anciano. Por ello fue expulsado de su celda y se le impuso la tarea más humillante: limpiar los desechos del monasterio, que cumplió con total obediencia. Finalmente, el anciano recibió en visión el mandato de la Santísima Madre de Dios de permitirle escribir nuevamente.
El Patriarca de Jerusalén, al conocer su santidad y sabiduría, lo ordenó sacerdote y lo estableció como predicador. Sin embargo, Juan regresó pronto a la Laura de San Sabas, donde pasó el resto de su vida en oración, ayuno y labor literaria, componiendo himnos y obras teológicas. Entre sus escritos destaca La Fuente del Conocimiento, cuyo núcleo es la Exposición de la Fe Ortodoxa, síntesis magistral de la enseñanza dogmática de los Santos Padres y culminación de la época patrística. En esta obra expuso con claridad la fe de la Iglesia sobre la Santa Trinidad, la Encarnación del Verbo, los sacramentos, la veneración de los santos iconos y la deificación del hombre por la gracia.
En la sección Historia de las Herejías de esta misma obra, el Monje Juan Damasceno no solo refutó los errores internos de la cristiandad, sino que también abordó con firmeza y conocimiento la doctrina del islam, bajo cuyo dominio político había vivido. A la que llamó la “herejía de los ismaelitas”, señalando que negaba los dogmas fundamentales de la fe cristiana: la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, el misterio de la Santa Trinidad, la Cruz redentora y la plena revelación de Dios en Cristo. Mostró cómo esta doctrina tomaba elementos del cristianismo y del judaísmo, pero los deformaba fuera de la Tradición apostólica, reduciendo la fe a un sistema legal y racional. Con estos escritos, el santo no buscó la controversia vana, sino la defensa de la verdad revelada y la protección de los fieles frente al error.
Según la tradición, salió del monasterio solo en raras ocasiones, entre ellas para denunciar la iconoclasia en el concilio celebrado en Constantinopla en el año 754, donde fue sometido a prisión y tormentos, que soportó con paciencia y firmeza, conservando la vida por la misericordia de Dios.
El Monje Juan Damasceno partió al Señor hacia el año 780, alcanzando quizá más de cien años de edad. La Iglesia lo venera como gran defensor de los santos iconos, himnógrafo inspirado, teólogo eminente y fiel guardián de la Tradición ortodoxa, ejemplo luminoso de obediencia, humildad y confesión valiente de la fe recibida de los Santos Padres.
Troparion (Tono 8)
Oh instructor de la Ortodoxia, maestro de piedad y pureza, luminaria del universo, adorno divinamente inspirado de los monjes.
Oh sapientísimo Juan, por tus enseñanzas has iluminado a todos.
Oh arpa del Espíritu, ruega a Cristo Dios que salve nuestras almas.
Kontakion (Tono 4)
Cantemos a Juan, el venerable orador de palabra inspirada por Dios y gran himnógrafo, instructor y maestro de la Iglesia, adversario del enemigo.
Pues tomando la Cruz del Señor como espada, derribó toda la falsedad de las herejías, y como ferviente intercesor ante Dios concede a todos el perdón de los pecados.






