La vida de los Santos: San Ignacio de Antioquía, el Teóforo ("El portador de Dios")
Conmemorado el 20 de diciembre (2 de enero).
El Santo Mártir Ignacio, el Teóforo ( el Portador de Dios), originario de Siria, fue discípulo del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo. San Ignacio fue el segundo obispo de Antioquía, y sucesor del obispo Evodio, contado entre los Setenta (Lucas 10: 1-16).
Según la tradición, cuando San Ignacio era pequeño, el Salvador le abrazó y le dijo: "Si no os volvéis y sois como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mateo 18: 3). El santo fue llamado "Portador de Dios", ya que llevaba el Nombre del Salvador en su corazón y le rezaba sin cesar. San Ignacio era celoso y no escatimaba esfuerzos para trabajar en los ámbitos de Cristo.
En el año 106, el emperador Trajano (98-117), con ocasión de una victoria sobre los celtas, ordenó que se ofrecieran sacrificios a los dioses paganos en todas partes y que se ejecutara a los cristianos que se negaran a adorar ídolos. Y en el año 107, durante una campaña contra los armenios y los partos, el emperador Trajano pasó por Antioquía. Aquí le denunciaron que el obispo Ignacio confesaba abiertamente a Cristo, y con ello enseñaba a despreciar las riquezas, a llevar una vida virtuosa y a conservar la virginidad. En este momento el mismo San Ignacio se presentó voluntariamente ante el emperador, para evitar la persecución contra los cristianos de Antioquía. Las insistentes peticiones del emperador Trajano fueron resueltamente rechazadas por San Ignacio. El emperador decidió entonces que fuera llevado a Roma para ser devorado por las fieras. San Ignacio aceptó con alegría la sentencia que le impusieron. Su disposición al martirio fue atestiguada por testigos oculares que acompañaron a San Ignacio desde Antioquía hasta Roma.
De camino a Roma, el barco que había zarpado de Seleucia hizo escala en Esmirna, donde San Ignacio se encontró con su amigo el obispo de Esmirna Policarpo. El clero y los creyentes de otras ciudades y pueblos se agolparon junto a San Ignacio. San Ignacio exhortó a todos a no temer a la muerte y a no afligirse por ella. En su epístola del 24 de agosto de 107 a los cristianos romanos, les pedía que le ayudasen con sus oraciones, para suplicar a Dios que le fortaleciese en su inminente acto de martirio por Cristo: "Busco a Aquel que murió por nosotros, deseo a Aquel que resucitó por nosotros... Mi amor fue crucificado, y dentro de mí no hay fuego que ame las cosas materiales, sino el agua viva que habla dentro de mí, que desde dentro me llama: 'Voy al Padre'".
De Esmirna San Ignacio se dirigió a la Troíada. Allí recibió la feliz noticia del cese de la persecución contra los cristianos en Antioquía. Desde la Troíada, San Ignacio navegó a Neápolis (en Macedonia) y luego a Filipos.
De camino a Roma, San Ignacio visitó iglesias y pronunció discursos de enseñanza y orientación. Escribió también seis epístolas: a los Efesios, a los Magnesios, a los Tralianos, a los Filadelfos y al obispo de Esmirna Policarpo. Todas estas cartas epistolares se han conservado hasta nuestros días. De San Ignacio conocemos sus escritos en los que enfatiza la importancia de la iglesia y del clero. He aquí algunos ejemplos:
"Ahí donde esta el OBISPO, ahí esta la IGLESIA."
"Cosa evidente es que hay que mirar al OBISPO como al Señor mismo." Carta a los Efesios (107 d.C.)
"Presidiendo el OBISPO en figura y representación de Dios... no hagan nada sin contar con la autorización de su OBISPO." Carta a los Magnesios (107 d.C.)
"Pongan todo ahínco, en no usar, sino de una sola Eucaristía, porque una sola es la Carne de nuestro Salvador Jesús el Cristo, y uno solo es su Cáliz para unirnos a su Sangre. Un solo Altar, así como no hay más que un solo OBISPO..."
Los cristianos romanos recibieron a San Ignacio con gran alegría y profunda tristeza. Algunos de ellos tenían esperanzas de persuadir al pueblo para que desistiera de hacer de él un espectáculo sangriento, pero San Ignacio les imploró que no lo hicieran. Inclinándose sobre sus rodillas, rezó junto con todos los creyentes por la Iglesia, por el amor entre los hermanos y por el fin de la persecución contra los cristianos. El día de una fiesta pagana, el 20 de diciembre, llevaron a San Ignacio a la arena del circo, y él se dirigió a la gente: "Hombres de Roma, sabed que estoy condenado a muerte no por haber obrado mal, sino por amor a mi único Dios, por amor al cual estoy abrazado y al cual aspiro. Yo soy su trigo y por los dientes de las fieras seré molido, para que sea un pan puro". Inmediatamente después se soltaron los leones. Cuenta la tradición que al ir a la ejecución, San Ignacio repetía sin cesar el Nombre de Jesucristo. Cuando le preguntaron por qué hacía esto, San Ignacio respondió que llevaba este Nombre en su corazón: "Aquel que está impreso en mi corazón, es Aquel a Quien confieso con mis labios". Cuando el Santo fue despedazado, resultó que su corazón no había sido tocado.
Una vez abierto el corazón, los paganos vieron en él escrito en letras de oro: "Jesucristo". La noche después de su ejecución, San Ignacio se apareció a muchos fieles mientras dormían para consolarles, y algunos de ellos le vieron rezando.
Al oír hablar del gran valor del santo, Trajano tuvo buena impresión de él y detuvo la persecución contra los cristianos. Las reliquias de San Ignacio fueron trasladadas a Antioquía (la iglesia ortodoxa conmemora este día como festivo), y de nuevo más tarde, el 1 de febrero, fueron devueltas con gloria y colocadas en la iglesia que lleva el nombre del Sacerdote Mártir Clemente, Papa de Roma (91-100).