La vida de los Santos: La Santa Gran Mártir Catalina
Conmemorada el 24 de noviembre (25 de noviembre según el calendario griego)
La Santa Gran Mártir Catalina era hija del gobernador de Alejandría, Egipto, Constus, durante el reinado del emperador Maximiano (305-313). Viviendo en la capital, el centro del conocimiento helenístico, y poseyendo una belleza e intelecto extraordinarios, Catalina recibió una educación espléndida, habiendo estudiado las obras de los mejores filósofos y maestros de la antigüedad. Los jóvenes de las más nobles familias del imperio buscaban su mano, pero ninguno de ellos fue elegido. Ella declaró a sus padres que solo aceptaría casarse con alguien que la superara en ilustre linaje, riqueza, belleza y sabiduría.
La madre de Catalina, cristiana secreta, la envió a su propio padre espiritual, un anciano piadoso que vivía en soledad en una cueva cerca de la ciudad. Después de escuchar a Catalina, el anciano le dijo que conocía a un Joven que la superaba en todo, de tal forma que "Su belleza era más radiante que el resplandor del sol, Su sabiduría gobernaba toda la creación, Sus riquezas se extendían por todo el mundo, y esto no disminuía sino que añadía a la inefable grandeza de Su linaje". La imagen del Novio Celestial sembró en el alma de la santa doncella un ardiente deseo de verlo. La Verdad, a la que su alma anhelaba, se le reveló. Al despedirse, el anciano le entregó un icono de la Madre de Dios con el Niño Jesús en su brazo y le pidió que rezara con fe a la Reina del Cielo, la Madre del Novio Celestial, para que le concediera la visión de Su Hijo.
Catalina rezó toda la noche y tuvo la visión de la Santísima Virgen, quien envió a Su Divino Hijo a mirarla. Pero el Niño apartó Su rostro de ella diciendo que no podía mirarla porque era fea, de linaje miserable, pobre y tonta como cualquier ser humano, no lavada con las aguas del santo Bautismo ni sellada con el sello del Espíritu Santo. Catalina regresó al anciano profundamente triste. Él la recibió con cariño, le instruyó en la fe cristiana, le exhortó a preservar su pureza e integridad y a orar sin cesar. Luego le administró el sacramento del santo Bautismo. Nuevamente, Santa Catalina tuvo una visión de la Santísima Madre de Dios con Su Hijo. Ahora el Señor la miró con ternura y le dio un anillo, un regalo maravilloso del Novio Celestial.
En ese momento, el emperador Maximiano se encontraba en Alejandría para una fiesta pagana. Debido a esto, la fiesta era especialmente espléndida y concurrida. Los gritos de los animales sacrificados, el humo y el olor de los sacrificios, las llamas interminables y las multitudes en las arenas llenaban Alejandría. También se traían víctimas humanas, pues se les condenaba a muerte en el fuego a los confesores de Cristo, aquellos que no se retractaban bajo tortura. El amor de la santa por los mártires cristianos y su ardiente deseo de aligerar su destino impulsaron a Catalina a ir donde el sacerdote pagano principal y gobernante del imperio, el emperador perseguidor Maximiano.
Presentándose, la santa confesó su fe en el Único Dios Verdadero y con sabiduría denunció los errores de los paganos. La belleza de la joven cautivó al emperador. Para convencerla y mostrar la superioridad de la sabiduría pagana, el emperador ordenó reunir a 50 de los más sabios hombres del imperio (retóricos), pero la Santa los superó, de tal modo que ellos mismos llegaron a creer en Cristo. Santa Catalina protegió a los mártires con el signo de la cruz, y ellos valientemente aceptaron la muerte por Cristo, siendo quemados por orden del emperador.
Maximiano, ya sin esperanzas de convencer a la santa, intentó tentarla con la promesa de riquezas y fama. Tras recibir una enfadada negativa, el emperador ordenó someter a la santa a terribles torturas y luego arrojarla a prisión. La emperatriz Augusta, que había oído mucho sobre la santa, quiso verla. Habiendo convencido al comandante militar Porfirio para que la acompañara con un destacamento de soldados, Augusta fue a la prisión. La emperatriz quedó impresionada por el fuerte espíritu de Santa Catalina, cuyo rostro brillaba con la gracia divina. La santa le explicó la enseñanza cristiana a la recién llegada, y ella, al creer, se convirtió al cristianismo.
Al día siguiente, la martirizada fue llevada nuevamente al tribunal, donde, bajo la amenaza de ser rota en la rueda, la instaron a que renunciara a la fe cristiana y ofreciera sacrificios a los dioses. La santa confesó firmemente a Cristo y ella misma se acercó a las ruedas; pero un ángel destruyó los instrumentos de ejecución, que se rompieron en pedazos mientras muchos paganos pasaban cerca. Al haber presenciado este milagro, la emperatriz Augusta y el cortesano imperial Porfirio, junto con 200 soldados, confesaron su fe en Cristo ante todos, y fueron decapitados.
Maximiano intentó nuevamente tentar a la santa, proponiéndole matrimonio, pero recibió nuevamente un rechazo. Santa Catalina firmemente confesó su fidelidad al Novio Celestial, Cristo, y con una oración a Él puso su cabeza sobre el bloque, bajo la espada del verdugo. Las reliquias de Santa Catalina fueron llevadas por los ángeles al Monte Sinaí. En el siglo VI, a través de una revelación, la venerada cabeza y la mano izquierda de la santa fueron halladas y trasladadas con honor a una iglesia recién construida en el monasterio del Sinaí, edificado por el santo emperador Justiniano (527-565; conmemoración el 14 de noviembre).
Troparion (Tono 4)
Tu corderita Catalina clama a Ti con gran voz, oh Jesús: "Te amo, oh mi Novio, y, buscándote, paso por muchas luchas: soy crucificada y sepultada contigo en Tu bautismo, y sufro por Tu causa, para reinar contigo; muero por Ti para vivir contigo.
Como un sacrificio inmaculado, acéptame, quien me sacrifico con amor por Ti.
Por sus súplicas, salva nuestras almas, pues eres misericordioso".
Kontakion (Tono 2)
Oh vosotros que amáis a los mártires, alzad un coro honrado de manera piadosa honrando a la más sabia Catalina; porque en la arena predicó a Cristo y pisó la serpiente, derribando el conocimiento de los retóricos.