La vida de los Santos: Gran mártir Jacobo el Persa
Conmemorado el 27 de noviembre (10 de diciembre)
El Santo Gran Mártir Jacobo el Persa (¨el mutilado¨) nació en el siglo IV en el seno de una familia cristiana piadosa, rica y noble. Su esposa también era cristiana, y ambos criaron a sus hijos en la piedad, inculcándoles amor por la oración y por la Sagrada Escritura. Jacobo ocupaba un cargo elevado en la corte del emperador persa Yezdegird (399-420) y de su sucesor Bahram (420-438). Pero en una de las campañas militares, seducido por los favores del emperador, temió confesar que era cristiano y, junto con él, ofreció sacrificios a los ídolos.
Al enterarse, su madre y su esposa, profundamente afligidas, le escribieron una carta en la que lo reprendían y lo instaban al arrepentimiento. Al recibirla, Jacobo comprendió la gravedad de su pecado y, considerando el horror de quedar separado no solo de su familia sino también de Dios mismo, comenzó a llorar en voz alta e implorar al Señor que lo perdonara. Sus compañeros de armas, al oírlo orar al Señor Jesucristo, lo denunciaron al emperador.
Interrogado, y cobrando valor en su espíritu, San Jacobo confesó valientemente su fe en el único Dios verdadero. Ninguna de las exhortaciones del emperador logró que renegara de Cristo. Entonces el emperador ordenó que se le diera muerte por martirio. Pusieron al santo sobre un madero y le fueron cortando alternadamente los dedos de manos y pies, y luego las manos y los pies. Durante aquel prolongado tormento, San Jacobo ofrecía continuamente oraciones de acción de gracias al Señor por haberle concedido, mediante tan terribles penas, la posibilidad de redimirse de los pecados cometidos. Cubierto de sangre, finalmente fue decapitado.
Troparion (Tono 4)
En su sufrimiento, Señor, tu mártir Jacobo recibió de Ti, Dios nuestro, una corona incorruptible; pues, armado de tu poder, despreció a los torturadores y quebrantó la débil audacia de los demonios. Por sus súplicas, salva nuestras almas.
Kontakion (Tono 2)
Persuadido por tu buena esposa, oh Jacobo, paciente de alma, y temiendo más bien el terrible tribunal, despreciaste la orden de los persas y el temor que venía de ellos, y te mostraste un honorable mártir cuyo cuerpo fue podado como una vid.



