La vida de los Santos: El Santo Monje Paisios el Grande
Conmemorado el 19 de junio (2 de julio)
El monje Paisios el Grande vivió en Egipto. Sus padres, cristianos, distribuían generosas limosnas a todos los necesitados.
Después de la muerte de su esposo, su madre, por indicación de un ángel, entregó a su joven hijo Paisios al clero de la iglesia.
El joven Paisios amaba la vida monástica y pasó su tiempo en uno de los sketes egipcios. Renunciando a su propia voluntad, vivía bajo la guía espiritual de San Pambos, cumpliendo todas las tareas que se le asignaban. El starets (anciano espiritual) decía que un monje recién iniciado, en particular, necesitaba conservar su vista, para así guardar sus sentidos de la tentación, y Paisios, obedeciendo la instrucción, anduvo durante tres años con los ojos bajos. El santo asceta leía con diligencia libros espirituales y se destacó especialmente por su ayuno ascético y oración. Al principio no probaba alimento durante el curso de una semana, luego de dos, y a veces, después de participar de los Santos Misterios de Cristo, permanecía sin alimento durante setenta días.
En busca de soledad tranquila, el monje Paisios se fue al desierto de Nitria, donde vivió en una cueva excavada con sus propias manos. Allí el monje fue digno de una visión maravillosa: el Señor Jesucristo se le reveló, y le dijo que, por causa de sus trabajos, todo el desierto de Nitria sería habitado por ascetas. El monje se atrevió a preguntar al Señor de dónde obtendrían los monjes en el desierto las necesidades de la vida. El Señor respondió que, si cumplían todos Sus mandamientos, Él mismo les procuraría todas las necesidades, para ponerlos más allá de las tentaciones demoníacas y las astucias.
Con el tiempo, se reunieron junto al monje Paisios varios monjes y laicos, y así se estableció un monasterio. El principio fundamental del monje Paisios era uno: nadie haría nada por su propia voluntad, sino que en todo cumpliría la voluntad de sus mentores. Cargado por el disturbio de la tranquilidad, el monje se retiró a una cueva aún más lejana. Una vez fue transportado a un monasterio paradisíaco y allí fue digno de participar del alimento Divino no material.
Después de sus labores ascéticas por la salvación, el Señor concedió a Su santo el don de la previsión y de sanar las almas de los hombres. En la vida del asceta se relata un caso en el que uno de sus discípulos, con la bendición del monje, partió a vender artesanías en Egipto y en el camino encontró a un judío, quien sugirió al simple monje que Cristo el Salvador no era el Mesías, y que otro, uno verdadero, vendría. Confundido, el monje dijo: “Quizás sea cierto lo que tú dices”, aunque no dio mayor importancia a sus palabras.
Al regresar, vio con tristeza que el monje Paisios no reconocía su llegada, y le preguntó la razón de su enojo. El monje dijo: “Mi discípulo era cristiano, tú no eres cristiano, de ti ha partido la gracia del Bautismo”. Habiéndose arrepentido, el monje suplicó con lágrimas que se le absolviera su pecado. Solo entonces el santo anciano se levantó para orar y buscar el perdón del Señor para el monje.
Cierto monje, por iniciativa propia, dejó el desierto y se estableció no lejos de una ciudad. Allí tuvo encuentros con una mujer que odiaba y blasfemaba contra Cristo el Salvador. Habiendo caído bajo su influencia, no solo abandonó el monacato, sino que también despreció la fe en Cristo y finalmente llegó a la total incredulidad. Una vez, por la bendita Providencia de Dios, unos monjes nitrianos pasaron cerca de su casa. Al verlos, el pecador recordó su vida anterior y pidió a los monjes que transmitieran al monje Paisios que orara por él al Señor. Al oír la petición, el monje comenzó a orar fervientemente, y su eficaz oración fue escuchada. El Señor, apareciéndose a Su santo, prometió perdonar al pecador. Pronto murió la mujer compañera del monje seducido, y él regresó al desierto donde, llorando y afligido por sus pecados, comenzó a realizar obras de arrepentimiento.
El monje Paisios se distinguía por su gran humildad y realizaba hazañas ascéticas de ayuno y oración, pero en la medida de lo posible, las ocultaba de los demás. A una pregunta de los monjes sobre cuál virtud era la más alta de todas, el monje respondió: “Aquellas que se hacen en secreto y de las cuales nadie sabe”.
El monje Paisios murió en el siglo V en extrema vejez y fue sepultado con veneración por muchos de los monjes reunidos. Después de un tiempo, sus reliquias fueron trasladadas por el monje Isidoro de Pelusio al Monasterio de Pelusio y colocadas junto a las reliquias del monje Pablo del Desierto, con quien el monje Paisios en vida estuvo especialmente unido espiritualmente.
Troparion (Tono 4: “Sé rápido en anticipar...”)
Fervientemente, honremos al portador de Dios Paisios, un ángel en la carne, la corona de los monásticos, un hombre incorpóreo y ciudadano del Cielo, quien celebra con nosotros, concediendo gracia a todos los que se regocijan en su memoria.
Kontakion (Tono 8: “Oh Líder Victorioso...”)
Cantemos, nosotros los fieles, alabanzas al sabio en Dios Paisios, el adorno del desierto, igual a los ángeles, amigo de Cristo y gloria de los santos monásticos. Clamemos a él: “Alégrate, oh Padre Paisios.”