La vida de los Santos: El Monje Juan el Ermitaño de Egipto
Conmemorado el 27 de marzo (9 de abril)
El Monje Juan de Egipto nació a comienzos del siglo IV. Vivió en la ciudad de Licópolis (Egipto Medio) y era carpintero. A la edad de veinticinco años se fue a un monasterio, donde recibió la tonsura monástica. Durante veinticinco años, el monje Juan llevó una vida ascética en varios monasterios, y luego, deseando la completa soledad, se retiró al desierto de la Tebaida, al monte Bolcha. San Juan pasó entonces veinticinco años en soledad, sin abandonar jamás aquel lugar. Conversaba con las personas que lo visitaban a través de una pequeña abertura, por la cual también recibía escasas cantidades de comida que le traían.
El monje Juan, ya después de treinta años en reclusión, recibió de Dios el don de la clarividencia profética. Así, predijo al emperador Teodosio el Grande (379–395) la victoria sobre sus adversarios Máximo y Eugenio, y una victoria militar sobre los galos. A muchos que lo visitaban les predecía acontecimientos en sus vidas y les daba orientación. El santo asceta distribuía aceite bendito a los enfermos que venían a él, y al ungirlos con él los curaba de diversas enfermedades.
El monje Juan predijo al monje Paladio, quien escribió su vida, que llegaría a ser obispo. La predicción del vidente se cumplió, y Paladio fue nombrado obispo de Bitinia (Asia Menor).
El monje Juan, en sus instrucciones, ordenaba tener sobre todo humildad:
“Imitad, en la medida de vuestras fuerzas, la vida virtuosa de los santos padres y, si cumplís con todo, no pongáis vuestra esperanza en vosotros mismos ni os alabéis.
Porque hay muchas personas que, habiendo alcanzado la perfección en la virtud y llenándose de orgullo, caen desde lo alto al abismo. Observa cuidadosamente: ¿tu oración es ferviente?, ¿tu pureza de corazón no ha sido transgredida?, ¿tu mente no se perturba con pensamientos ajenos durante la oración? Observa: ¿rechazas el mundo con toda tu alma? ¿O andas espiando las virtudes de otros, en vano entonces con tus propias virtudes? ¿Te preocupa dar buen ejemplo ante los demás? Mira bien: ¿te has envanecido en tu propia justicia, hinchado de orgullo acaso por alguna buena obra?
Cuídate de que durante la oración no entren pensamientos del mundo en tu cabeza, ya que no hay nada más tonto que conversar con los labios con Dios y con el pensamiento estar lejos de Él. Esto sucede a menudo con aquellos que no tanto renuncian al mundo, como más bien buscan complacerlo. Un hombre que piensa en muchas cosas está entregado a las preocupaciones del mundo y de lo perecedero; y estando sujeto a los asuntos mundanos, no puede aún con sus ojos espirituales contemplar a Dios.
Pero un hombre que siempre medita en Dios, los pensamientos ajenos deben serle completamente vanos. A este hombre, que ha alcanzado cierto conocimiento de Dios (el conocimiento pleno de Dios nadie puede alcanzarlo), se le revelan los misterios de Dios, y ve el futuro como si fuera presente, y como un santo realiza milagros y recibe en su oración todo lo que pide a Dios...
Ama el silencio, hijo, habitando siempre en la meditación divina y orando a Dios constantemente para que te conceda una mente pura, libre de pensamientos pecaminosos. Digno de alabanza ciertamente es aquel asceta que, viviendo en el mundo, practica las virtudes: mostrando bondad a los forasteros, distribuyendo limosnas, ayudando en el trabajo de otros, o viviendo constantemente sin ira. Tal hombre es digno de alabanza, ya que vive en virtud cumpliendo los mandamientos de Dios, aunque no se aparte de los asuntos terrenales.
Pero mejor que este y más digno de alabanza es aquel que, habitando constantemente en la meditación divina, asciende de lo corporal a lo incorpóreo, dejando de lado el cuidado y preocupación por los demás, esforzándose él mismo hacia lo celestial, estando constantemente ante Dios, habiendo renunciado a todo lo mundano y sin estar ya atado al mundo por cuidados terrenales. Tal hombre está en cercanía de Dios, a Quien glorifica con oraciones y salmos.”
Con estas y otras instrucciones salvadoras, y con discursos directivos y ejemplo de vida angélica, el monje trajo mucho provecho espiritual a las personas.
El monje Juan de Egipto vivió hasta una edad avanzada y entregó su alma al Señor en el año 395, a la edad de noventa años.
Troparion (Tono 8)
Por un torrente de lágrimas hiciste fértil el desierto, y tu anhelo por Dios produjo frutos en abundancia. Con el resplandor de los milagros iluminaste todo el universo.
¡Oh, nuestro santo padre Juan, ruega a Cristo nuestro Dios que salve nuestras almas!