La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
Sermón de Navidad de San Juan de Kronstadt
Cristo ha nacido: glorificadlo.
Hermanos, hoy se nos ha revelado el gran misterio de la piedad:
Dios se ha manifestado en la carne.
El Hijo eterno del Padre ha tomado nuestra naturaleza humana,
para sanar lo que estaba enfermo
y elevar lo que había caído.
¿Quién es Aquel que yace en el pesebre?
Es el Creador del cielo y de la tierra.
¿Quién es Aquel que es envuelto en pañales?
Es Aquel que reviste de luz a los cielos.
El Señor de los ángeles se ha hecho Niño por nosotros,
para que nosotros, niños por el pecado,
lleguemos a la madurez espiritual.
No nació en un palacio,
sino en la pobreza;
no fue acostado en un lecho real,
sino en un pesebre,
para enseñarnos humildad
y para arrancar de nuestros corazones
el amor a la vanidad y al lujo.
Contempla, cristiano,
a tu Dios humillado por ti.
Aprende de Él la mansedumbre,
la obediencia al Padre
y el amor sacrificado.
El Niño divino extiende hoy sus brazos
no solo para ser recibido por la Madre,
sino para abrazar a todo el género humano.
Él llama a todos:
al justo y al pecador,
al rico y al pobre,
al fuerte y al débil.
Celebremos, pues, esta santa fiesta
no solo con palabras y cantos,
sino con una vida renovada,
con la pureza del corazón,
con la misericordia hacia los necesitados,
con el perdón sincero de las ofensas.
Porque ¿de qué sirve honrar al Niño con himnos,
si lo rechazamos con nuestras obras?
¿De qué sirve venerar el pesebre,
si no hacemos de nuestro corazón
una morada para Cristo?
Abramos, hermanos,
las puertas de nuestra alma al Salvador.
Él viene manso,
Él viene humilde,
Él viene para salvarnos.
Cristo ha nacido: glorificadlo.
A Él sea la gloria con el Padre y el Espíritu Santo,
ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.


