San Juan Bautista vivió retirado en el desierto, dedicándose enteramente a la oración y a la búsqueda de la perfección espiritual.
Su vestimenta era de pelo de camello, con un cinto de cuero y se alimentaba de lo que le daba el desierto: langostas y miel silvestre… Marcos 1:6.
San Juan Bautista fue:
Un gran predicador, llamando al arrepentimiento, a lavar los pecados con las lágrimas de la penitencia:
Mateo 3:2: “Arrepiéntanse porque el Reino de Dios está cerca”.
Un gran evangelizador, bautizando a la gente con agua, que simbólicamente significaba la purificación de sus pecados… como una fase previa al sacramento del bautizo
Mateo 3:11: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”.
Por estas razones san Juan Bautista se ha merecido el atributo de el “PRECURSOR”.
Desde ese momento san Juan Bautista se retiró para abrirle el camino al Señor.
En el iconostasio de las iglesias ortodoxas, el icono del Precursor tiene un lugar de honor al lado del icono de Cristo. Todos los martes del año están dedicados litúrgicamente a este Santo.
San Juan predicaba con sinceridad y coraje para defender la Verdad y para atacar la falsedad y maldad. No temió llamar a los fariseos, doctores de la ley y sacerdotes:
¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? (Mateo 3:7).
El rey Herodes respetaba a Juan y sabía que era un varón justo y santo; la gente veía en él un profeta y los fariseos veían con preocupación la cantidad del pueblo que lo seguía. Herodes, temiendo un alboroto del pueblo contra él por las críticas del profeta, ordenó su prisión.
Herodías, por supuesto, no perdía ocasión de vengarse del profeta; hasta que le llegó esa esperada oportunidad.
Herodes dio una fiesta el día de su cumpleaños y Salomé la hija de Herodías danzó ante los invitados.
Herodes hechizado por el baile y afectado por el alcohol, juró a Salomé darle lo que pidiera, aunque sea la mitad de su reino.
Su madre aprovechando la ocasión, convenció a Salomé para que pida la cabeza de Juan el Bautista inmediatamente en una bandeja de plata.
El rey lo lamentó, pero por su juramento delante de todos los invitados no pudo rechazar, ordenó que se le conceda su pedido y mandó decapitar a san Juan en la cárcel.