Jueves Santo
A partir de este Jueves acompañamos a Jesús en las últimas horas de Su Pasión, prediciendo su sufrimiento y muerte para nuestra salvación.
Hoy conmemoramos la “última Cena”, el “lavado de los pies de los discípulos” por Jesucristo y la “traición de Judas”.
La Mística Cena de nuestro Señor, tiene una profundidad teológica inmensa. Cristo instituye con este gesto el misterio de la Divina Eucaristía, para que participemos de su Purísimo Cuerpo y Preciosa Sangre; así dándonos el privilegio de encontrarlo y recibirlo en cada Santa Comunión.
En la Última Cena de Jesús, los dones son:
el PAN - elaborado del trigo que Dios hace germinar y crece de la tierra y
el VINO- producido a partir del fruto de la vid madurada.
En la Divina Liturgia, estos dones consagrados a través del Espíritu Santo son:
el PAN – es el Cuerpo de Cristo y
el VINO- es su Sangre; en forma real y presente… no simbólica.
Los gestos de partir el pan y pasar el cáliz de vino eran reservados para la cabeza de familia, que acoge en la mesa a sus familiares, y era también un gesto de hospitalidad al extranjero compartiendo esa mesa.
Estos mismos gestos en la Última Cena adquieren una profundidad totalmente nueva: Cristo se ofrece a Sí mismo.
En este Jueves Santo, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre.
En el oriente el lavado de los pies era un acto ritual de hospitalidad. Los caminos eran polvorientos, y la gente usaba sandalias; así que era necesario lavarse los pies al entrar en una casa.
El lavado de los pies era la actividad de las clases más bajas.
AQUÍ está la lección clave de esta Última Cena, en que fue JESÚS, quién lavó los pies a sus discípulos.
Jesús nos enseñó con este gesto del “servicio desinteresado”, un gran ejemplo de humildad y de amor al prójimo.
Los Santos Padres ven en esta acción también un símbolo de limpieza espiritual…. la CONFESIÓN.
San Macario, ve en este gesto una relación muy estrecha con la EUCARISTÍA, en la que Cristo se ofrece a si mismo, por amor a la humanidad, y dice: “no se puede concebir el uno sin el otro y son diferentes símbolos de una misma realidad”.
Se supone de que Judas no era indigno en el momento de su elección.
Era el único judío entre los 12 discípulos que Jesús eligió (el resto eran galileos).
Sobre Judas Iscariote poco está escrito en las escrituras, pero mucho se ha especulado entre los teólogos, sobre la razón de la traición.
* La codicia ha sido la razón más aceptada; pero debió existir otra motivación adicional, que lo llevó a devolver el dinero y a matarse: “Esta no es la actitud de un simple codicioso, pues éste habría quedado satisfecho con el dinero obtenido”.
* Otra razón podría haber sido “venganza” a la posible envidia del resto de los apóstoles. Judas sabía de contabilidad, de religión, era alguien con educación, pero le amargaba ver cómo Jesús prefería a Pedro, que era un pescador o a Juan que era sólo un muchacho.
* Otra posible razón, podía haber sido la “decepción” de Judas en Jesús. Tal vez, Judas era partidario de una revolución violenta y esperaba un “líder” luchador, mientras Jesús era pacificador.
El apócrifo “Evangelio árabe de la infancia” menciona una historia en el capítulo XXXV. Jesús, que tendría 3 años de edad se encuentra con Judas Iscariote quien, poseído por un demonio le pega en un costado e intenta morderlo. Jesús llora de dolor y en ese mismo momento el demonio abandona a Judas en la forma de perro rabioso. En ese episodio aparece una conexión entre la infancia y la edad adulta cuando este evangelio reporta también: “Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza”.
Probablemente Judas no tenía la intención de que Jesús muriera; pero al ver lo que había provocado, sufrió grandes y terribles remordimientos, que acabó suicidándose al no soportar la culpa y la vergüenza de su acción.
Independientemente de los motivos de la traición, preguntémonos mejor:
“¿Cuántas veces somos nosotros el Judas, que traicionamos a Dios por “valores mundanos”?