Jueves de la Divina Ascensión
A partir de hoy se terminan las celebraciones pascuales, así como el saludo: Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado!
La Ascensión es un episodio triunfal que no se puede describir aisladamente, sino como una pieza de aquel gran misterio pascual, de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Entre Pascua y Pentecostés, se celebra esta fiesta, que señala “la desaparición” de Jesús Resucitado a los ojos de los suyos, iniciando con ellos otra forma de relación a través del Espíritu Santo que mandará en 10 días (Pentecostés).
Jesús, cumplida su misión, regresa al Padre para que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros.
Cuarenta días después de su Resurrección, Jesús ascendió a los cielos para ser glorificado a la diestra del Padre. Es el cumplimiento de su misión en este mundo como el Salvador. Es su glorioso retorno al Padre quien lo había enviado al mundo para llevar a cabo la obra que le había designado….
Nuestra iglesia ortodoxa enfatiza la partida física de Cristo y su glorificación por Dios Padre, junto al gran regocijo que experimentaron los discípulos al recibir la promesa del Espíritu Santo, quien vendrá capacitándoles para ser sus testigos hasta los confines de la tierra.
Al contemplar la ascensión de su Señor a la gloria del Padre, los discípulos al principio quedaron asombrados, porque no entendían las Escrituras antes del don del Espíritu, y miraban hacia lo alto. Intervienen dos hombres vestidos de blanco, es una teofanía, la misma de los dos hombres que Lucas describe en el sepulcro (Lucas 24,4).
Las palabras de los dos hombres son fundamentales: Hechos 1:11…
La Ascensión expresa sobre todo la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la humillación padecida en la pasión, muerte y sepultura.
El Señor se va para que sea glorificado junto a Dios Padre y para glorificarnos a nosotros juntamente con Él. Él se va para preparar un lugar para nosotros, y para llevarnos a todos a la dicha y bienaventuranza de la presencia de Dios.
Nos abre el camino para que todos podamos entrar “a la casa celestial”, el Lugar santo no hecho por manos humanas. Se va para poder enviar el Espíritu Santo, quien procede del Padre, y dará testimonio acerca de Él y Su Evangelio en el mundo, haciéndolo poderosamente presente en la vida de sus discípulos.
La ascensión del Señor no nos permite dudar de nuestro destino: estamos hechos para el cielo; así como san Pablo dice a los fieles de Tesalónica: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo…”.
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, «como hombre», sube al cielo.
(San Irineo)