Domingo del Triunfo de la Ortodoxia sobre la Iconoclasia
1er Domingo de la Gran Cuaresma (24/03/24)
La iglesia celebra el triunfo del icono, sobre los enemigos del culto iconográfico.
La iconoclasia, o iconoclastia, o iconoclasmo era una creencia herética que rechazaba las imágenes sagradas, destruyéndolas, persiguiendo su culto y los fieles que las veneraban. Consideraba los iconos como una forma de idolatría que violaba el mandamiento de no hacer imágenes.
El emperador León III prohibió en un edicto en el año 730, todo tipo de imágenes excepto el signo de la cruz.
Su hijo y sucesor Constantino V, no sólo continuó las persecuciones, sino que se atrevió a prohibir el culto iconográfico, condenó a sus principales defensores y declaró que las imágenes eran ídolos y sus adoradores verdaderos idólatras.
Las persecuciones de los defensores de los iconos y su destrucción, eran ya rutina.
Germano I, el entonces Patriarca de Constantinopla, rechazó enérgicamente el edicto imperial.
El triunfo definitivo del culto iconográfico se lo debemos a los innumerables confesores y mártires que pagaron con sus persecuciones, torturas, destierros y muerte, la victoria del símbolo y tradición de la ortodoxia... los iconos.
Aunque los santos San Atanasio de Alejandría, San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, vivieron siglos antes de la iconoclasia, sus escritos y enseñanzas eran básicas para defender las discusiones contra los iconoclastas.
Estos santos en sus escritos, hacen referencia a la encarnación del Verbo y la importancia de la veneración de Cristo como Dios encarnado para transmitir la fe.
También dieron una comprensión profunda sobre la presencia divina en el mundo material.
Según estas enseñanzas, los iconos son de gran importancia espiritual en la adoración cristiana como medios para inspirar la devoción, la oración, recordar la presencia divina en nuestro entorno, fomentando un respeto y humildad hacia lo sagrado, sintiendo en presente al santo representado en el icono.
El icono es parte imprescindible de la tradición de nuestra iglesia.
San Juan Damasceno:
«Pues si el Hijo de Dios, tomando la condición de siervo, se revistió de la figura humana y, hecho semejante a los hombres, apareció en su porte como hombre, ¿por qué no vamos a poder representar su imagen?»
«Los iconos no son ídolos sino símbolos, por lo tanto, cuando un ortodoxo venera un icono, no es culpable de idolatría. No está adorando el símbolo, sino meramente venerándolo. Tal veneración no se dirige hacia la madera, la pintura o la piedra, sino hacia la persona representada”.
“Yo no venero la materia, sino al Creador de la materia que se ha hecho materia para mí y que se ha dignado habitar en la materia y obrar su salvación a través de la materia”.
La segunda fase de la iconoclasia, duró hasta final del reino del emperador Teófilo en el año 842.
Tras la muerte del emperador, su joven hijo Miguel III, con su madre la regente emperatriz bizantina Teodora impusieron el final de la herejía iconoclasta y la restauración de los iconos. La multitud de defensores de iconos fueron liberados de las cárceles y regresados desde su destierro a sus diócesis; entre ellos Metodio, el futuro Patriarca de Constantinopla.
El 11 de marzo de 843 la emperatriz Teodora junto con el Patriarca Metodio de Constantinopla, el clero y fieles salieron en una procesión triunfal a las calles de Constantinopla con iconos en sus manos hasta la iglesia de Hagia Sophia, devolviendo los iconos a la iglesia.
Este evento marcó el comienzo de la celebración anual del Triunfo de la ortodoxia, al que se le conmemoró el primer domingo de la cuaresma.
La iglesia hace una gran distinción doctrinal entre la veneración a los iconos y la adoración, que es únicamente a Dios.
El icono es para la iglesia ortodoxa un tesoro inestimable, algo mucho más grande que una simple imagen. Son parte integral de la fe y devoción, con carácter sacramental.
Son una verdadera necesidad para el alma ortodoxa, una ventana al Reino eterno. Por eso, al entrar en un templo ortodoxo se percibe a través de la presencia de los iconos, intensivamente a los santos representados.
La perspectiva de los iconos en la iconografía se invierte, pues las líneas se acercan al espectador dando la impresión de que los santos salen a nuestro encuentro.
Finalmente, el VII Concilio Ecuménico formula el dogma que emana de la confesión fundamental de la Iglesia: la encarnación del Hijo de Dios.
El icono de nuestro Señor es el testimonio de Su encarnación verdadera. En esencia, la Iglesia Ortodoxa ve en la encarnación del Hijo de Dios el fundamento para la veneración de los iconos. Para la Iglesia Ortodoxa, el icono es por excelencia el rostro mismo de Cristo.