El milagro del Evangelio de hoy, Juan 9: 1-38, nos revela la semejanza al agua, luz y vida del bautismo, a través del cual Dios nos abre nuestros ojos espirituales.
Este ciego de nacimiento mendigaba desde hace 38 años y nadie le pudo ayudar. Jesús lo “vio” y encontró una nueva ocasión para mostrar su misericordia. ¡Cuánto tenemos que aprender de Él! ¡Cuántas oportunidades de hacer el bien perdemos en nuestro paso por este mundo sin verlas!
Los apóstoles no rogaron a Jesús que le sanara, sino que le hicieron una pregunta teológica. Este hombre llega ciego a este mundo, porque tiene que encontrarse con el Mesías, el Hijo de Dios, para mostrar que Jesús realmente era el Salvador; esta alma nació para la gloria de Dios.
Y esto debe ser recordado por todos lo que sufren de penosas enfermedades, porque Dios siempre puede hacer que su nombre sea glorificado en cada circunstancia de nuestras vidas si le dejamos. Por supuesto, esto no quiere decir necesariamente que Dios los va a sanar, porque también debemos recordar el caso de Lázaro, en el que cuando el Señor recibió el aviso de que su amigo estaba enfermo, él no hizo nada para impedir que muriera, porque tenía un propósito mucho mayor para él: resucitarlo de los muertos. “Todo sucede para bien de los que aman a Dios”.
El Señor era consciente de que ese tiempo era corto y no dejó pasar ninguna oportunidad de hacer las obras de misericordia que su Padre le había dado para hacer.
Así, cuando llegó el fin de su ministerio terrenal pudo decir: Juan 17:4…. "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese."
Nosotros también debemos seguir su ejemplo y asegurarnos de utilizar bien nuestra vida para la gloria de Dios en tanto que "el día dura". La noche se acerca y jamás podremos recuperar las oportunidades perdidas.
Él es la Luz del mundo y su obra consiste en iluminar los corazones de los hombres para que conozcan al Padre. Esto se hace especialmente necesario cuando consideramos la cantidad de mentiras que el diablo ha traído al corazón de los hombres en cuanto a Dios y también por la incapacidad del hombre para ver por sí mismo cuál es la verdad.
La iniciativa de sanar surgió una vez más del Señor, que da el primer paso para buscarnos y salvarnos. Cristo no hizo esto accidentalmente, aunque podía sanar simplemente con su palabra, sino que quería señalar la mano de Dios que había creado al hombre en el principio.... La obra de Dios es la creación del hombre; señaló la forma en que el hombre había sido diseñado originalmente.
La elección del lodo para restaurar la vista del ciego puede tener alguna relación con la formación original del hombre a partir del polvo de la tierra hecho barro.
De hecho, «Adán» significa «tierra»
Debemos añadir que los medios usados aquí, en sí mismos, carecían de todo poder curativo intrínseco. Donde radicaba el poder era en la palabra del Señor y en la obediencia a ella.
«Creo, Señor», afirma gozoso el ciego de nacimiento, haciendo testigo de la obra de Dios. Esto es lo que necesitamos ahora: no predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio.
Desde este momento el curado entra en primeras reacciones e infinitas discusiones e interrogaciones con sus vecinos y los fariseos. El entusiasmo con el que el hombre hablaba de Jesús, llevó a sus vecinos maravillarse por el milagro y a interesarse por el Señor: “Entonces le dijeron: ¿Dónde está él?”
Por otro lado los fariseos hacían todo lo posible de negar el milagro y acusan a Jesús en el pecado por “trabajar” en un sábado…. con el cual Jesús enfatiza su ascendencia divina y su poder sobre el sábado.
Al final, Jesús y el ciego son «expulsados» por los fariseos: el uno, por haber violado la ley; el otro, porque, a pesar de la curación, sigue siendo considerado pecador desde su nacimiento.
Aquel hombre había recibido la vista física, pero evidentemente, todavía no a Jesús. En el resto del capítulo se ve el progreso espiritual de aquel hombre en su camino de fe, hasta su comprensión plena de quién era Jesús. En un primer momento el ciego encuentra a Jesús como un «hombre» entre los demás; luego lo considera un «profeta»; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama «Señor».
El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en Él al único Salvador.