El domingo después de Pentecostés conmemora nuestra iglesia ortodoxa a “Todos los Santos”.
Esta es la lógica consecuencia de la venida del Espíritu Santo y sus frutos espirituales; con los cuales podemos alcanzar el don de la santificación y compartir la Santidad de Dios.
Levítico 11: 44: “Así dice el Señor: Vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque Yo, Tu Dios, soy santo.”
Conocemos diferentes clases de Santos:
los Santos Padres, que son venerados por sus enseñanzas;
los Apóstoles, que proclamaron la fe pagando en su mayoría con sus vidas;
los Profetas, que fueron inspirados para transmitir el mensajes de Dios;
los Confesores, que sufrieron por confesar y quedar firmes en su fe;
los Mártires, que dieron su vida torturados por la fe;
las Personas Santas, que fueron monjes o monjas con vidas ejemplares;
los Justos, que se encuentran entre los laicos y
los Locos por Cristo, que atestiguaron el Evangelio mediante su total despreocupación por las cosas mundanas.
Además, existen títulos especiales para los santos del clero, monarcas y jefes de estado.
La veneración de los santos, nos demuestra que VIVOS, DIFUNTOS y SERES CELESTIALES (entre ellos los Santos), somos una familia.
Cada miembro, debe preocuparse por la salvación de los otros, pidiendo también por las necesidades de los otros miembros.
Los “vivos” recuerdan a los “vivos” y a los “difuntos” en sus oraciones, así como escribiendo sus nombres para que se recuerden en la Santa Liturgia o en servicios litúrgicos especiales, como acciones de gracias, Moleben, Paráklisis o servicios de responsos, Panichida, etc.
De la misma manera como los padres se alegran cuando los hermanos mayores cuidan de los menores, así también el Padre celestial se alegra cuando los Santos rezan por nosotros y tratan de ayudarnos.
Ésta es la razón por la cual la Iglesia siempre habla de la necesidad espiritual de orar a los santos. Existen testimonios de cómo los Santos y los ángeles interceden con sus peticiones por nosotros.
Existe entre la Iglesia peregrina del mundo y los Seres Celestiales una intensiva comunión.
Los Santos son la prueba viviente de que es posible para todo ser humano llegar a la santidad, si nos esforzamos para lograrlo.
Siendo gente igual que nosotros, son ejemplos de que se puede superar las más intensas tentaciones, y nos dan la motivación de seguir nuestro camino hacia la salvación.