Desde el principio de la cuaresma la iglesia nos prepara gradualmente para entrar en la etapa de examinación de nuestras almas, viendo nuestras faltas, siendo conscientes que debemos cambiar y llegar al arrepentimiento.
En el segundo domingo de la gran cuaresma, la Iglesia conmemora a San Gregorio Palamás, un Santo que supo conectarse a Dios con todos sus pensamientos, almas y fuerza.
Dedicó su vida a la renovación de una espiritualidad mística que empezó con los Santos Padres del desierto ....... el HESICASMO.
Hesicasmo viene del término hesiquia, que significa calma, tranquilidad.
El hesicasmo es un movimiento místico-espiritual que ve la perfección del hombre en la unión con Dios a través de la oración continua y pura. Aquí buscó San Gregorio la paz del corazón, la paz del alma recogida en sí misma bajo la acción del Espíritu Santo.
La esencia de la enseñanza de San Gregorio Palamás consiste en que la gracia que recibimos es el mismo Dios, Su energía divina, que se revela realmente y se entrega a nosotros. Esta real trascendencia divina nos hace partícipes de su naturaleza Divina, lo que se llama "deidad".
Sus adversarios sostenían la opinión de que la gracia no es un don creado que Dios nos otorga, quedándose Dios ajeno en relación con ese don; y que la oración hesicástica consiste en la aplicación mecánica de una técnica destinada a producir resultados espirituales y así obligar a la gracia divina.
San Gregorio tuvo que confrontar grandes debate entre teólogos relacionados a esta doctrina, hasta que después de muchos años de controversias y luchas, el concilio en el año 1351, puso un fin a estas disputas teológicas, adoptando finalmente el palamismo como doctrina oficial e incorporando sus principios al Sínodo de la Ortodoxia.
Esta unión con Dios, este puente tan difícil de construir, se logra a través de la práctica del hesicasmo, para que la Gracia de Dios nos purifique e ilumine.
Por esta razón, San Gregorio defendía el cuerpo como morada de la divina Luz:
“No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 7: 19).
Confirmaba la posibilidad de poder ser partícipes de su naturaleza Divina, así:
“Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios”.
Esta es la Gracia que pedimos en la oración del Padre Nuestro:
“venga a nosotros tu Reino”.
Esta oración se llama «la oración del corazón» porque su meta es llegar al corazón. También se conoce como «la oración de Jesús». Otra variación es:
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”.
La oración requiere: paz y silencio interior, sentimiento de las palabras de la oración, humildad, despreocupación de las cosas mundanas, pensamiento continuo en Dios con una oración continua, tal como dijo San Pablo a los Tesalonicenses: “orad sin cesar”.
La oración de Jesús se puede hacer en completo silencio, excluyendo cualquier otra actividad como lo hacen los monjes y monjas y /o integrándola en nuestra vida cotidiana para levantar el alma y unirnos a Dios en todo tiempo.
Esta oración tranquila, sencilla, humilde y continua, es la puerta que abrimos para que a través del Espíritu Santo recibamos la gracia divina y nos re-unamos con la naturaleza divina.... la deidad.
Los monjes y monjas lo llevan en la muñeca de la mano izquierda... el lado del corazón. Cuando son tonsurados, reciben del abad el cordón de oración con las siguientes palabras: “Acepta, hermano/a ......, la espada espiritual que es la palabra de Dios en el Jesús eterno, ora por que debes tener el nombre del Señor en tu alma, tus pensamientos, y tu corazón, y di siempre: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”.”
Nosotros fieles, también estamos llamados a la santidad y a orar incesantemente, por eso podemos llevar el cordón de oración en el bolsillo o rezar sin el cordón, y así nos acordaremos de rezarlo en nuestra vida cotidiana sea donde sea, esperando, caminando o en casa.